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16 agosto, 2012

Cuando los fotógrafos éramos felices

Volver al laboratorio
Los fotógrafos de una determinada edad éramos felices. Después de hacer las fotos, si el laboratorio estaba aún abierto, allí nos dirigíamos. Algunos tenían un buzón donde dejabas el trabajo de toda la jornada. Siempre dejando en manos de líquidos, experiencia y máquinas el resultado del esfuerzo y el talento. A las pocas horas, abríamos compulsivamente las bolsas de papel y desenrollábamos las tiras tratando de mantener la calma. Veíamos las fotos buenas y podíamos irnos tranquilos al estudio o a casa a cortarlas y seleccionarlas. Era un trabajo divertido y después de revisarlas una y otra vez no tenías más que llevárselas al cliente. Nada más.
Ahora no todos son felices. Después de una agotadora jornada de 900 disparos, y en lugar de sentarse con la lupa a ver las fotos, cortarlas y tirar a la papelera las malas, hay que sentarse delante de la pantalla del ordenador, haber tenido mucho cuidado al nombrarlas, a clasificarlas bien para poder encontrarlas meses después, a no perderlas aunque se inunde  el estudio, a ponerles estrellitas, crear albumes, poner palabras clave,  a volver a revisar la selección y una vez editadas, ajustar las fotos una por una (o sea, a «revelarlas» y darles lustre), a exportarlas en alta, en baja, enviarlas por mail, guardar y seguir clasificando, archivando y catalogando. Horas y horas.

Los fotógrafos de una determinada edad éramos felices.

No es algo que antes no se hiciera pero ahora además de muchísimo tiempo conlleva experiencia y dominio del programa informático. Y eso es tiempo.
También nos pasamos horas delante de la pantalla del ordenador aprendiendo a vendernos mejor, a soñar con una página web perfecta donde podamos cambiar nosotros mismos las fotos que no queremos que nadie vea porque se han quedado viejas, y una letanía de excusas para creer que estamos trabajando sin saber muy bien si estamos perdiendo el tiempo o invirtiéndolo.
A muchos siempre nos ha gustado estar sentado delante del ordenador y aprender, pero para muchos profesionales eso no es más que una necesidad impuesta, y conozco varios que lo odian y algunos que para sobrellevarlo tienen ayudantes. La tarea del fotógrafo es pensar, imaginar  y hacer fotos, no mucho más.